Es tan raro de explicar… miro para atrás y ya no me duele. Ya pasó ese duelo, en el que te pensaba y mi cabeza daba mil
vueltas intentando entender porqué no estamos juntas si nos amábamos inmensamente, si nos llevábamos tan
bien...
Pero ahora me miro al espejo, me miro a
los ojos, miro a mi alrededor y entiendo todo. Entiendo que no falta ni sobra
nadie, que todo está en armonía.
Que ya no lloro como antes por cualquier cosa, que no tengo la tristeza a flor de
piel. Estoy bien porque me escucho; puedo entender lo que quiero, lo que no y
me respeto. Ya no te culpo ni me enojo. Elijo pensar que no es quisiste hacerme mal, sino que no supiste amar sanamente y entender que eso conlleva una responsabilidad.
Miro para atrás y entiendo que querer retenerte conmigo no era más que un deseo egoísta, porque sabía (o
creía) que si estabas al lado nada malo me podía pasar. Pero no porque vos me
protegieras, sino porque yo me escondía atrás tuyo para no dar el salto.
Ahora
me encuentro dando saltos casi cotidianamente, arriesgándome a lo nuevo y sabiendo decir no. Me desconozco algunas veces, me veo al espejo y la mirada es otra.
Por eso te agradezco, por haberme
lastimado tanto (aunque sea sin querer), por haberme tirado a ese pozo tan
profundo para poder, después de tocar fondo, resurgir y encontrarme.
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